martes, 29 de abril de 2014
Sobre las mariposas estomacales
Mientras estaba sentada creyendo que miraba a tus ojos, me
sentía viviendo tus palabras, dejabas caer tus mentiras, una sobre otra. La
decepción sabe a sal y pica en los ojos. Me siento aquí a
inventarte una vez más, reconstruyo involuntariamente ese ridículo espacio que
dejábamos flotar entre nosotros, vuelvo a dibujar aquellas muecas leves, casi
imperceptibles que dejabas escapar; esas sonrisas inadecuadas, esos silencios
no-tan-incómodos, ese dejar que el
tiempo se nos escurriera entre los dedos; y si me preguntas, espero que no
tengas las manos heladas, espero que tus alas no estén agrietadas, ojalá que tus
palabras no estén dando vueltas en tu cabeza, inconformes, presas, como lejanas
y siniestras. Ojalá que ninguna de tus cartas se quede sin destinatario. Tu mirada escapaba burlona de mis ojos
curiosos y en el segundo en que pisabas mis alas rotas yo solo trataba de inventar
mil explicaciones, sin entender que la única que había era evidente. Cuando me
di cuenta de que las mariposas estaban envenenadas ya era tarde.
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