Esta noche, el insomnio es
mejor que nunca. La sonrisa más macabra de la luna brilla demencial. Tengo dos agujas perforándome el cráneo, sorbiendo
mis neuronas. Mientras sobrevivo mis doce muertes consecutivas, acaricio las
sogas que atan mis muñecas y tobillos. Quizá sea la misma cobardía que no me
deja desatarme, la misma que me impide danzar al compás del sublime súcubo. La divina vergüenza matutina se desbarata en
una serie de rutinarios esfuerzos por agradarle al espejo. Los labios que están del otro lado se
contorsionan en un simulacro de sonrisa. Pero en los ojos puedo adivinar el
desprecio por la felicidad caducada en
el rostro. Unas pupilas tan infinitas que no parecen ser la morada de tantas
decepciones. Cansa tener unas bolsas tan pesadas bajo los ojos. Parece como si
todas las vigilias se acumularan en ellas.