lunes, 12 de mayo de 2014

Artista desconocido

Cuando el anciano se sentó a su lado en el autobús Liliana estaba distraída viendo por la ventanilla; lo saludó con un gesto amable, casi familiar. El viejo comenzó a dibujar con unos marcadores en un pequeño rectángulo de cartón. Pasajeros subían y bajaban, se intercambiaban tacones por zapatos deportivos, disculpas y permisos en el pasillo. Las líneas que iban dibujandose en el cartón parecían trazadas por el recorrido del autobús, todos los colores que componían el cielo al atardecer caían sobre el improvisado lienzo como plumas. Liliana observaba callada con sus ojos gigantes de marciano que delataban siempre su curiosidad irremediable, no tuvo cuidado en disimular. Ante ella se dibujaba una sabana arropada por un cielo crepuscular, un tepui se alzaba allá, lejos; cada línea y cada sombra eran tratadas con delicadeza. El anciano no demoró en darse cuenta de la mirada inquisidora de su compañera de viaje. Terminada la obra, el hombre se levantó y pidió al conductor la parada, dejó caer una sonrisa en el momento en que firmaba el trozo de cartón y se lo entregaba a Liliana; ella le devolvió una sonrisa agradeciendo el regalo. Cuando lo vio cruzar la calle, un millón de agujas le prensaron el cerebro mientras contenía sus lágrimas, hacía tanto tiempo que la enfermedad de su abuelo no lo dejaba reconocerla, pero siempre parecía recordar que La Gran Sabana era su lugar preferido del mundo.

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