Las líneas de tu mano se deslizaban como derritiéndose en
hilos tan delgadísimos que parecían telarañas, bailaban siniestros iluminados
por el tenue resplandor de mis ojos ahogados de salinidad; se escurrían por
entre los pliegues de mi ropa susurrando palabras imposibles, avanzaban con lentitud y tanta delicadeza que
parecía casi imposible que me diera cuenta de que ya estaban aferrándose a mis
muñecas y mis tobillos. Debe ser que nunca había visto unas cuerdas de
marioneta.
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